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kamala in Patmos

A lápiz y papel

Zapatos para el pie izquierdo

Zapatos para el pie izquierdo

Cuando entré en el vagón, me senté en el único asiento libre que quedaba. Respiré tranquila, e intenté relajarme. Al levantar la vista, vi a un chico negro de pie, que iba con muletas. Su pierna derecha parecía apoyada en la pared –o más bien, eso quise creer- y la izquierda formaba parte de las tres piernas que le sujetaban al suelo.
Lo miré. -“¿Te quieres sentar?” –le dije con los ojos-. Él asintió. Ahí me di cuenta de la ausencia de pierna de rodilla para abajo.

No pude dejar de pensar en ese chico. En cómo se habría quedado sin pierna. Pensé que a lo mejor había venido en patera a España, y que en el viaje le habría pasado de todo, pero que por lo menos no había muerto. Me pregunté lo que haría con los zapatos del pie derecho. Tal vez tuviese en su casa una gran colección de calzado no utilizado. Brillante y reluciente que saca de vez en cuando para compararlo con los que sí usa. Mirará con tristeza su bota derecha, y lleno de asombro la izquierda. Recordando la de caminos que ha podido andar con ella. La de polvo que acumula en su suela.

A lo mejor tiene un hermano que le presta sus playeras. No le regaña si advierte cuando se los pone, que va con un calzado de diferente color. Uno dado de sí, y el otro ajustadito.

Quizá echa de menos a su pierna, y sueña que amanece, y todo ha sido un sueño. Que puede volver a correr. Que nadie le mira el muñón cuando queda al aire, u observa incansable el vacío de su pantalón. Que puede abrazar a su novia, liberándose de sus muletas. Dar un paseo de la mano de su hijo...

Puede que no le guste que le cedan el asiento en el tren. Puede que, tampoco le guste que alguien escriba ésto sobre él.

¿Quién pierde y quién gana?

"A veces pienso que el cerebro tiene envidia del corazón. Y lo maltrata y lo ridiculiza y le niega lo que anhela y lo trata como si fuera un pie o el hígado. Y en ese enfrentamiento, en esa batalla, siempre pierde el dueño de ambos".

Esto es un trocito del libro de “cuatro amigos” de David Trueba. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez? Creo que no nos libramos ninguno. Yo ahora mismo me siento así, y mi cerebro siente envidia del corazón porque él no sufre, se limita a sentir y no piensa en las consecuencias. Podríamos hacer una mezcla… el corazón le da un poco de locura a la razón, y ésta podría dar… un par de frenos para que no perder el control.

Pensamiento fugaz del día: tengo que cumplir todos mis propósitos.

Segundo pensamiento del día: ¿cuáles son esos propósitos?

Un día como otro cualquiera

Hoy es uno de esos días raros en los que no sabes muy bien cómo te encuentras. El tiempo también acompaña. Día triste... nublado... y con la amenaza de llover de un momento a otro. No me importa, nos hace mucha falta. Y casi prefiero que las gotas de lluvia emborronen mis palabras, así nadie notaría cómo me siento. Eso estaría bien...

Me he despertado algo cansada. Me suele pasar cuando no duermo en condiciones. Cuando un pensamiento se queda más tiempo del necesario rondando en mi cabeza, si no lo sustituyo por otro rápidamente... estoy perdida.

Pongo la radio mientras desayuno. Parece que tengo un acuerdo tácito con la emisora, siempre me regala una canción que me anima a empezar el día con buen pie. La de hoy ha sido "I just call to say I love you" (sólo llamaba para decirte que te quiero) y me resulta inevitable no sonreir. Pero sonrisa triste... como el día.

Salgo de casa temprano, antes de tiempo, tengo que hacer mil cosas... Durante el trayecto las enumero, pero camino de la facultad me permito un ratito soñar despierta. Es algo que me encanta, por eso no me gusta encontrarme con nadie, son de los pocos minutos que tendré en el día para estar sola, y quiero pensar en lo que yo quiera.

Al llegar a clase, comienza la jornada. Sin parar de charlar... de reír... atender a los profesores... tomar apuntes... mirar en cinco minutos los emails... Y vuelta a casa para comer. Esta vez voy acompañada por mis amigos.

Las tardes de otoño, son aún más tristes que las mañanas. Hoy ha empezado a llover justo cuando me acababa de preparar un café. Me encanta tomármelo viendo las gotas caer. Pero no, no pienso en nada, sólo en lo que tengo que hacer. Tal vez lea un rato, si me queda tiempo, o si no, escribiré. En los días melancólicos uno se pone más sensible y las palabras fluyen desde dentro.

Salgo de casa una vez más para hacer unos ensayos en el laboratorio. Me gusta la mezcla de ruidos... mis pasos acompañados por las gotas de lluvia... el burbujeo del agua al hervir... y los cronómetros que me avisan de que ya ha terminado la reacción. También observo los colores, algunos verdes... pero de diferente tonalidad, otros rojos... la gama de los azules, es preciosa...

Empapada llego a casa. Tomo una ducha caliente para que se lleve la melancolía por el desagüe. Ya no quiero otro día como éste. Es tan triste... Después de cenar y de ver la tele un rato... me voy a la cama. Y estoy tan cansada, que me duermo enseguida pensando que mañana será otro día.

Sí, otro día... contradictorio, como yo. Otro día en el que te volveré a echar de menos, pero que me ayudará a olvidarte. Cuántos más días pasen, menos notaré tu ausencia y menos me costará luchar conmigo misma para sacarte de mis pensamientos. Pero habrá días melancólicos como los de hoy, en los que se me hará muy cuesta arriba no saber nada de ti. Esos días... en los que me daré cuenta, de que no estarás ningún día más. Y me dolerá imaginarme mi vida sin ti.

* * * * *


Hoy llueve sin parar por aquí. La verdad es que no me anima mucho. Que se vaya el sol y nos deje este panorama de nubes... me da cosa. Seguro que a ti un poquito de lluvia no te importaría.

La lluvia... las clases... el café de la tarde... Cualquier momento es bueno para recordarte.