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kamala in Patmos

Recuerdos

Días de colegio

Días de colegio

Anoche no podía dormir, pero no me acerqué al ordenador a escribir, no tenía ganas. Puse la tele un rato y me enganché a una película que trataba de una mujer que no tenía pareja. Me gustó, porque transmitía todo con su mirada. Acabó pronto, y me volví a la cama.

Hice un poquito de caso a Pikifiore, y me puse a pensar en las cosas que había hecho durante el día, a ver si me relajaba. Por la mañana visité a una de mis primas, que estaba aquí de paso. Me dio una poco de cosilla, porque la vi muy mayor. Creo que ha sido la primera conversación como adultas que he mantenido con ella. Lo digo porque aunque nunca hemos dejado de hablar, antes decíamos otras cosas, pero ayer noté cuánto había crecido interiormente. Más madura y responsable.

Ella me recordó al colegio y me puse a pensar en esos años. Madre mía... cuánto tiempo ha pasado... Me parece increíble. Me llama la atención algo y es que ese primer año en el que llegué nueva, no lo pasé muy bien, pero de eso nadie se enteró. Al principio mi hermana y yo llorábamos por las tardes y le preguntábamos a mi madre que por qué nos había cambiado de colegio, que ya teníamos nuestros amigos. Pero veíamos que ella lo pasaba fatal, así que dejamos de hacerlo.

Antes era más dura conmigo misma. Si me pasaba algo, me lo guardaba para mi, y nadie se enteraba. Ahora me parece increíble algunas cosas que hice...

Las clases tampoco facilitaban ese cambio. No sé por qué razón, los profesores siempre me han puesto con los peores chicos de la clase, los que peor se portaban. A mi me sentaba fatal, porque no me llevaba bien con ellos y no ayudaba nada a que yo me integrara e hiciese amigos. Conocía a las niñas de mi clase, pero yo quería a mis compañeros del otro colegio, los eché mucho de menos ese año.

Además de estar incómoda con mi compañero de pupitre, en clase quería que me tragara la tierra. Todo el mundo había dado las divisiones con más de una cifra, pero yo no -en mi antiguo colegio no llegamos a tanto-. La profesora nos ponía unas cuantas divisiones y sacaba a la pizarra a los que no sabían hacerlas y se lo explicaba ahí. Ay madre... yo antes muerta que rodearme con los peores de la clase. Encima ahí, para que me viera todo el mundo que no sabía dividir.

Logré escurrir el bulto durante unos cuantos días, pero como veía que la profe no soltaba las divisiones, pensé que no me quedaba más remedio que aprender como fuera, porque cualquier día me iba a preguntar y no iba a saber contestar. Por eso, en el primer fin de semana que tuve, aproveché y le pedí a mi padre que las explicara. Y creo que es lo único que me ha enseñado mi padre en toda mi vida de estudiante.

Luego las cosas cambiaron. Me sentaron con una niña al final de la clase, y... lo pasé genial, para qué os voy a contar. Lo mío siempre ha sido el sentarme detrás, para tener una visión de todo lo que pasaba a mi alrededor y así poder hablar a mis anchas. Me partía de risa y los profesores siempre miraban intentando pillar al que hablaba, pero al sentarnos tan lejos, el murmullo le llegaba distorsionado jajajaja.

La profesora (qué asquerosa, qué manía le tengo todavía) nos ponía un listado de divisiones, y me convertí en la mejor de la clase. Nos prohibía hablar e incluso levantar la mano a no ser que ya hubiéramos acabado. Cuando yo lo hacía, me decía:

- ¿Qué quieres?
- Ya he terminado.
- ¿¿¿Ya???
- Sí –yo no hablaba mucho antes jajajaja pero lo que es ahora...-.
- Muy bien “in Patmos” –me llamaba por mi apellido-.

Y a modo de felicitación me daba un cachete en la cara que me hacía un daño....

Recuerdo muchas cosas más, pero... os voy a aburrir. Después de todo este tiempo, cuando pienso en el colegio sé que me lo pasé muy bien, pero había días que... se me hacían eternos, sobre todo del primer año. Pasábamos muchas horas ahí metidos. No sé, tal vez otro día cuente más cosas.

Ahora me marcho. Llevo unos días pensando que tal vez sería buena idea dejar esto por un tiempo. No me apetece escribir. Cada vez que entro a mi blog, pienso que “tengo que escribir” en lugar de “jo, a ver si tengo un respiro y puedo escribir algo”. Tiempo tengo, o por lo menos puedo sacarlo. Lo que pasa es que no me da la gana y me agobio. Ya veré qué hago. Qué vaga soy para escribir...

Un beso.

Otra vez los Reyes

Otra vez los Reyes

Ya sé que ahora no pega mucho que salga este tema, pero es que lo escribí en enero. Hoy lo he abierto y lo he estado leyendo. Me da pena que se pierda, y en vista de todo lo que escribo (o sea, casi nada) lo voy a colgar para no perderlo.

Estoy segura de que algunos se sorprenderán, porque yo tan virgo, tan tiquismiquis, tan perfeccionista... pero para ésto soy un caso. Me propongo escribir diariamente. No lo cumplo. Rebajo la dosis a día sí día no. Tampoco. Dejo de proponerme. Entonces no escribo nada de nada. Ay madre, me callo. No me lío más, os dejo eso.

Ya sabéis lo mal que duermo, pero aquella noche se llevaba la palma. Me acostaba nerviosa y claro, después no aguantaba nada en la cama. Sobre las 7 u 8 ya quería levantarme. Un año era muy temprano, y yo no hacía más que llamar a Luna para que se levantara para que me ayudase a despertar a nuestros padres. Yo me acercaba a su habitación, y mi madre se hacía la dormida. Cuando me paraba en la puerta, mi hermana me hacía reír, y yo me tapaba la boca y volvía a mi habitación. Me tiraba a la cama a reír y después me volvía a levantar. Así me pude tirar un buen rato. Al momento, oímos unos ronquidos muy fuertes que venían del cuarto de mis padres jajaajaja. Qué bueno, no podíamos más de la risa. Y qué tontas éramos de pequeñas que nos creíamos todo... Ya de mayores mi madre nos contó que aquel día mi padre decía "jolín las niñas, pero si es muy temprano", y ella le dijo "verás, ahora se van a enterar" y se puso a hacer esos ronquidos jajajaja.

Seguro que a vosotros no os hace tanta gracia, pero a mi sí me gusta recordar esas Navidades así, porque después ya no fueron igual. Creo que Corazón de León también se reirá, más que nada porque nos conoce a todos, y le costará poco hacerse una idea de lo que vivíamos -como a mi me ha ocurrido al leer su blog hoy. Yo he visto esa foto de la que habla, pero no tenía ni idea de lo que significaba-.

Al año siguiente de saber que los Reyes eran los padres, noté un vacío. Era la ausencia de la ilusión anterior. No sé... fue raro. Yo me enteré a los 8 años. En clase había un niño repetidor que lo fue contando. La primera vez que lo oí, me quedé paralizada, y pensé que cómo había sido tan tonta de creerme esa bola. Vamos, con la de niños que había en el mundo, iban a entregar regalos unos hombres en una sola noche... Imposible. Y ya empecé a atar cabos, como por ejemplo me preguntaba por qué a nosotras nos traían muchas cosas y a mi vecina sólo una muñeca. Si los Reyes eran igual para todos, deberíamos tener el mismo número de paquetes, ¿no? (a eso se le llamaba justicia, cosa que mi madre siempre ha tratado de hacer en casa).

Sin embargo, yo no creía capaz a mi madre de habernos mentido. Ella, con lo pesada que se ponía siempre con lo de la mentira... Y estuve empeñada todas las Navidades en que me diera que sí. Y nada, no lo conseguía. Pero... kamalita ha sido muy avispada desde pequeña. El día 7 u 8 de enero, metí la mano en una jarra que había en el salón, y me encontré los trozos de turrón que le habíamos dejado a los Reyes puestos en los zapatitos. La reacción más instintiva fue la de alegrarme porque les había pillado, pero quedo rota al instante, porque me di cuenta de que se había roto la magia. Salí corriendo a llamar a mi hermana para contárselo, pero como se puso a llorar, mi madre me dijo que me callara. ¡Ains! yo necesitaba como fuera que me dijera un sí rotundo. "¿Sois vosotros los Reyes?" "sí kamala, sí". Pero no había manera.

"Pero mamá lo quiero saber", "¿y tú para qué lo quieres saber?", "porque lo quiero saber" "¿No has recibido regalos todos los años? entonces no te preocupes". "Ya pero... si no me lo dices no sabré qué es lo que tengo que hacer cuando yo tenga hijos". Aquí a mi madre le daba algo de la risa, pero la cabrita aún así no soltaba prenda, y me decía que no me preocupara, que llegado el momento sabría lo que tenía que hacer. Ay, qué desesperación...

Ahora al recordar cómo nos enteramos, a mi hermana le digo que me tiene que dar las gracias porque iba a llegar el día de su comunión e iba a seguir creyendo en los Reyes... Vamos, eso no lo podía consentir yo. Pero el año pasado tuvo mucha gracia. Íbamos por Gran Vía comprando regalos. Más bien ya hartas porque no sabíamos que comprar. Y me salta mi hermana, toda chisposa, que porqué no me callé aquel día, que ahora podríamos seguir creyendo en los Reyes jajajajajaja. ¡Fue muy bueno!

En fin... a ver qué me traen. Ojos Tristes ya me dio el regalo ayer. Si es que no puede aguantar jajajajaja. Es más impaciente que yo. Me parto de risa con esto, porque no me hizo falta suplicarle mucho para que me lo diera adelantado, fue todo cosa suya. Ha sido un regalo muy bonito, y ahora me toca a mi darle el suyo...

Bueno, si no escribo antes del día 6, que os traigan cosas que os gusten mucho. Y vividlo con ilusión, veréis cómo lo transmitis a los demás.

Un beso.

Se acerca la Navidad

Se acerca la Navidad

Se acerca la Navidad. No sé... desde hace unos años, ya no me gusta tanto.

Recuerdo que me encantaba pasar un día entero disfrutando de Madrid. Empezábamos por la Plaza Mayor. Me gustaba acercarme a ver todos los artículos de broma y siempre terminaban por comprarme algo. Nos gustaban las bombas fétidas, que era de lo más baratito y aunque todo el mundo sabía que nos las habíamos comprado allí, nos hacía reír igualmente cada vez que las usábamos.

El año pasado me acuerdo que entré en el baño de mi abuela. Al lavarme las manos vi que el jabón soltaba un liquidillo azul bastante sospechoso. Rápidamente abrí la puerta para mirar a mi prima de 9 años que sabía que había estado por la mañana en la Plaza Mayor. Le dije "anda qué graciosilla la niña" y ella se partía de risa. Cuando cerré la puerta de nuevo, pensé que no me había dado cuenta de cuando dejé de reirme por esas cosas que antes tanto me gustaban...

Después comíamos en uno de los bares de la calle Mayor, un bocadillo de calamares. No había tanta gente como ahora, que es imposible meterse en el bar. Aunque lo tengas que comer de pie, a veces no llegas ni a la barra, por eso hemos cambiado el destino, y ya no hay ese bocata, que más que saber a calamares, sabía a Navidad.

Era tradición ver siempre al "señor gordo" de la tienda de uniformes. Le vestían de Papá Noel, y como todos los niños, nos seguía entusiasmando llegar al escaparate y señalarle "el señor gordo, el señor gordo" como si nunca le hubiéramos visto.

Aprovechábamos un día para ir al Rastro. Aunque tenía que verlo entero, sólo compraba en las mismas tiendas, las de libros. Algunos de ellos se caían de viejos, pero ese olor a rancio los hacía especiales, te transportaban a esos años o quizá a la estantería donde habían estado acumulando polvo. No me iba tampoco sin comprar postales de Navidad a cinco pesetas. Eran muy feas, aún queda alguna por casa.

Otros años mi tío nos llevaba a ver Cortilandia. El de Preciados sólo tenía los muñequitos que se movían, pero a mi siempre me gustó más el que estaba en Goya, porque tenía un tren que te daba una vueltecita. ¡Bueno! nos pasábamos la tarde entera haciendo cola hasta nuestro turno. Nos daba tiempo a jugar a los chinos, a hablar, a contarnos chistes, a ver los muñecos con los que habían adornado la plaza ese año... y ya bien de noche, llegaba nuestro turno.

Ahora ya no ponen ese trenecito, y no sé por qué. Hay tanta gente por todas partes, que no apetece salir a ver nada. Vas como loca buscando los regalos que tienes que hacer, y en cuanto acabas, a casita. Es increíble la de gente que hay, a todas horas. Por la mañana, a medio día... pero ya ni te cuento por la tarde. Además, tienes que ir pendiente del bolso, por los ladronzuelos que aprovechan esas aglomeraciones, en las que la gente está más despistada.

Las Navidades ya no fueron igual que antes desde que nos enteramos quienes eran los Reyes. Se había roto la magia y todo lo demás que hiciéramos era fingir, porque ya no iba a venir nadie de Oriente a tomar el turrón de nuestros zapatitos, entonces, ¿para qué ponerlos?

Me acuerdo lo que odiaba disfrazarme de pastora... uff... cómo lo odiaba... Es que, no sé si sabréis que tengo la cara bastante redondita, y me quedaba fatal el pañuelito ese que llevan las pastoras. Pero fatal ¿eh? Hasta que un año, lo colgué en el armario y lo cambié por el de Virgen. Si hijos míos, he hecho de Virgencita jajajaja (prohibido reírse). Luego me gustó la idea de cambiar, y me vestí de ángel, y de ahí ya no salí. Era el que más me gustaba, se parecía al de hada porque llevaba unas alas muy bonitas.

El frío que he pasado yo montada en las carrozas de la cabalgata, no lo sabe nadie. Mi madre y mi tía nos iban siguiendo. Me acuerdo una vez, que yo ya no podía más, tenía las manos congeladas. Vi que una niña se bajó de la carroza y se fue con sus padres y yo pensé en hacer lo mismo, estaba ya harta de carroza. Pero mirando a un lado y a otro, no daba con mi madre. Al rato, las veo aparecer, y es que se habían ido a tomar un café porque estaban muertas de frío jajajaja. Ay madre, y yo ahí congelada. Nada, nos bajaron y nos fuimos a tomar un chocolatito con churros.

Eso también me encanta, el chocolate. Se puede tomar cualquier día del año, pero yo procuro dejar ciertas cosas sólo para las Navidades. Por ejemplo la sidra, el chocolate, los churros, vinito mientras ceno, langostinos y un montón de recetas que sólo hacemos en la época. En mi familia, los mayores nos dicen que no nos podemos quejar de nada, que tenemos de todo. Que para ellos llegar la Navidad era comer de todas esas cosas que se privaban durante el año, porque no había. Por eso yo dejo esas cosillas, para que la Navidad siga pareciéndome Navidad, y no un día como otro cualquiera.

Estos días siempre tratamos de hacer algo especial con la familia de mi padre. Algo especial, pero juntos. A veces vemos fotos y comentamos lo que pasaba en cada una de ellas. Hablamos de recuerdos de cuando éramos pequeños, lo que nos hacían rabiar en Reyes, cuando nos engañaban con esas historias... Otras, vemos diapositivas o cine. Sí, tenemos algunas películas con más de 30 años de antigüedad. Así ha sido cómo he podido conocer a mi abuelo.

Siempre, siempre, siempre... me hablaba de espíritus. Cuánto lo voy a echar de menos. Aunque no lo creyera, a mi me gustaba escucharla, y a ella contarme, y meterme miedo, claro.

Con la familia de mi madre es diferente. Somos más y entre tanta gente casi no se puede tener una conversación. Sólo hay ruido, risas y voces a cada momento. Algo que me parece muy entrañable es que cuando éramos pequeños siempre jugábamos todos al bingo. Es entrañable, porque lo hacían por nosotros, los niños. A mi madre nunca le han gustado los juegos, siempre dice que de lo que más se alegra de que seamos mayores es de no tener que jugar, porque no le gusta. Yo me parto de risa, imaginándola cada vez que nos decía "¿queréis que juguemos a algo?" y yo siempre decía que sí. Además es que parecía que me habían dado energía, me encantaba y ahora pienso que mi madre lo diría con la boca pequeña, rezando para que le dijéramos que no nos apetecía jajajaja.

Releo un poco el post, y veo que en el fondo, no ha dejado de gustarme la Navidad porque cuánto más recordaba, más ganas tenía de juntarme a vivir otra. Lo malo es que a veces pasan cosas, que las hace diferentes para siempre. Ahora sólo toca aprender a vivirlas bajo estas nuevas circunstancias, y ya está...

Por eso mejor acabo rectificando. Empiezo de nuevo a escribir: Se acerca la Navidad. No sé... por muchos años que han pasado, aún sigue hechizándome...