Zapatos para el pie izquierdo
Cuando entré en el vagón, me senté en el único asiento libre que quedaba. Respiré tranquila, e intenté relajarme. Al levantar la vista, vi a un chico negro de pie, que iba con muletas. Su pierna derecha parecía apoyada en la pared o más bien, eso quise creer- y la izquierda formaba parte de las tres piernas que le sujetaban al suelo.
Lo miré. -¿Te quieres sentar? le dije con los ojos-. Él asintió. Ahí me di cuenta de la ausencia de pierna de rodilla para abajo.
No pude dejar de pensar en ese chico. En cómo se habría quedado sin pierna. Pensé que a lo mejor había venido en patera a España, y que en el viaje le habría pasado de todo, pero que por lo menos no había muerto. Me pregunté lo que haría con los zapatos del pie derecho. Tal vez tuviese en su casa una gran colección de calzado no utilizado. Brillante y reluciente que saca de vez en cuando para compararlo con los que sí usa. Mirará con tristeza su bota derecha, y lleno de asombro la izquierda. Recordando la de caminos que ha podido andar con ella. La de polvo que acumula en su suela.
A lo mejor tiene un hermano que le presta sus playeras. No le regaña si advierte cuando se los pone, que va con un calzado de diferente color. Uno dado de sí, y el otro ajustadito.
Quizá echa de menos a su pierna, y sueña que amanece, y todo ha sido un sueño. Que puede volver a correr. Que nadie le mira el muñón cuando queda al aire, u observa incansable el vacío de su pantalón. Que puede abrazar a su novia, liberándose de sus muletas. Dar un paseo de la mano de su hijo...
Puede que no le guste que le cedan el asiento en el tren. Puede que, tampoco le guste que alguien escriba ésto sobre él.